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EL CANON BÍBLICO

La palabra canon se deriva del nombre griego kanon, que significa caña o vara. Originalmente una vara recta tenía por objeto sostener derecha una cosa. Muy pronto esta vara comenzó a servir para medir las cosas o hacerlas rectas y se le denominó regla. Y de este doble significado surgió su significado metafórico: Todo aquello que sirve de norma o regla para hacer algo.

En la literatura eclesiástica, la palabra canon fue empleada por los Padres de la Iglesia para significar la norma de fe y de verdad, es decir, la doctrina enseñada por los Apóstoles, por esto, ya desde el siglo IV, a las definiciones de los Concilios se les llamaban Cánones y los libros de la Escritura recibieron el nombre de canónicos y su catálogo o lista se le designó como Canón de la Sagrada Escritura.

Protocanónicos y Deuterocanónicos.

Desde muy antiguo se han considerado dos clases de libros canónicos: Protocanónicos y Deuteroanónicos. Los libros Protocanónicos son aquellos de cuya inspiración nunca se ha dudado, ni por la religión judía, ni por la cristiana. Mientras que los libros Deuterocanónicos son aquellos de cuya inspiración se dudó en algún momento, ya sea por los judíos o por los cristianos.

Se consideran deuterocanónicos, en el Antiguo Testamento, Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, los dos libros de los Macabeos, y fragmentos de los libros de Daniel y Ester. Y en el Nuevo Testamento: La Carta a los Hebreos, la de Santiago, la segunda de Pedro, la segunda y tercera de Juan, y el Apocalipsis, así como algunos versículos de los Evangelios de Marcos 16,9-20; Lucas 22,43; y Juan 8,1-11.

Los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento no los admiten los judíos actuales, ni los protestantes. Los deuterocanónicos de Nuevo Testamento son admitidos por todos los cultos cristianos.

Como consecuencia de lo anterior, el canon judío se dividió en dos:

El canon palestinense, que utilizaban los judíos que habitaban en Palestina, el cual comprendía unicamente los libros protocanónicos, es decir, 39 libros.

El canon alejandrino, empleado por los judíos de la Diáspora, aquellos judíos que vivían fuera de palestina en el mundo griego. Este canon estaba compuesto por los protocanónicos y por los deuterocanónicos, en total 46 libros.

La Iglesia al admitir los 46 libros del canon alejandrino y los 27 del Nuevo Testamento dió origen al canon cristiano-católico con un total de 73 libros, conforme a la decisión oficial del Concilio de Hipona en el año 383. Este canon es admitido por católicos y ortodoxos. Los protestantes siguen el canon palestinense más los 27 libros del Nuevo Testamento, en total 66 libros.

Formación del canon palestinense

Existen testimonios bíblicos y extra bíblicos de como poco a poco se fue conformando el canon judío

1. Ya en 2 Reyes 22-23, se habla de El Libro de la Ley y debe referirse al nucleo central del Deuteronomio (caps 12-26).

2. En Nehemías 8-9 se encuentra el primer testimonio que habla de La Ley de Moisés.

3. En Daniel 9,2 (año 165 a.C.) se refiere a Las Escrituras, lo cual hace suponer una colección de libros santos.

4. En el prólogo griego al Eclesiástico (año 130 a.C.) se habla de La Ley, los Profetas y los otros Libros patrios. por consiguiente, en esa época ya existían tres grupos. La expresión indefinida los otros Libros patrios hace pensar que ese tercer grupo todavía no estaba bien precisado.

5. En 2 Macabeos 2,1-15 (hacia el año 120 a.C.) se alude a los diferentes escritos sagrados del judaísmo.

6. En 1 Macabeos 2,59-60 (fines del siglo II a.C.) se habla de Daniel y sus amigos. Esto indica que el libro de Daniel ya estaba en la colección de libros santos.

7. En el Nuevo testamento hay innumerables citas de los Libros Sagrados, y en Lucas 24,44 hace ver la existencia de los tres grupos de escritos: la Ley de Moisés, los Profetas y los Salmos.

8. Filón (año 38 d.C) cita la Ley y otros libros.

9. Flavio Josefo (97-98 d.C.) en su libro contra Apión habla de 22 Libros divinos: 5 de Moisés, 13 de los Profetas, y otros 4.

10. En 4 Esdras (fines del siglo I d.C.) habla de 24 libros sagrados.

11. El Talmud Babilónico (200-500 d.C.) da el canon completo de 24 libros. Este viene del Sínodo de Jamnia (hacia el 90 d.C.), Cuando después de la destrucción de Jerusalén, los rabinos se reunieron para reconocer el canon de sus Libros Sagrados. La lista es:

I. La Ley:
Génesis.
Éxodo.
Levítico.
Números.
Deuteronomio.
II. Los Profetas:
Profetas anteriores:
Josué.
Jueces.
Samuel 1 y 2 en un solo libro.
Reyes 1 y 2 en un solo libro.
Profetas posteriores:
Isaías.
Jeremías.
Ezequiel.
Los doce profetas menores.
III. Los Escritos:
Salmos.
Job.
Proverbios.
Rut.
Cantar de los Cantares.
Eclesiastés.
Lamentaciones.
Ester.
Daniel.
Esdras (Esdras y Nehemías en un solo libro).
Crónicas 1 y 2 en un solo libro.

Formación del canon alejandrino

Según una tradición, Ptolomeo II, rey de Egipto, para enriquecer su gran biblioteca, envió delegados a Jerusalén para pedir al sumo sacerdote judío, una copia de la ley y personas capaces de traducirla al griego. La embajada tuvo éxito y se le envió una copia ricamente ornamentada de la Ley y setenta y dos israelitas, que asombraron a todos por la sabiduría que mostraron contestando a setenta y dos preguntas que se les hicieron. A continuación fueron llevados a la isla de Faros donde comenzaron a traducir la Ley. Al final de setenta y dos días el trabajo estaba completado y el rey quedó muy complacido.

Al margen de la leyenda, los judíos de los dos últimos siglos a.C. eran numerosos en Egipto, especialmente en Alejandría. Poco a poco la mayoría dejaron de utilizar el idioma hebreo. Por ello se convirtió en una costumbre interpretar en griego las Escrituras que se leían en las sinagogas y después de algún tiempo, se compiló la traducción griega del Pentateuco y despues se tradujeron los otros libros.

No es posible determinar con precisión cuando se hicieron las distintas traducciones, pero es cierto que la ley y los Profetas, y al menos parte de otros libros, es decir, las hagiografías, existían en griego antes del año 130 a.C. como aparece en el prólogo del Eclesiástico, que no es posterior a ese año.

Es difícil decir donde se hicieron las diferentes traducciones, ya que los datos son tan escasos, pero a juzgar por las palabras y expresiones egipcias que aparecen en la versión, la mayoría de los libros deben haber sido traducidos en Egipto, y muy probablemente en Alejandría. Sin embargo, se sabe que el libro de Ester fue traducido en Jerusalén.

Sobre el número de traductores, si fueron setenta o setenta y dos u otra cantidad es imposible saberlo. Pero un examen del texto muestra que en general los autores no fueron judíos palestinos llamados a Egipto, y diferencias de terminología, método etc., prueban claramente que los traductores no fueron los mismos para los diferentes libros.

Es probable que inclusive en algunos ambientes palestinenses, los siete libros deuterocanónicos hayan sido considerados también como inspirados, dada la lectura que de ellos hacían y la veneración que se les tributaba. En Qumram se encontraron manuscritos del Eclesiástico, Tobías y Baruc.

Formación del canon cristiano-católico del Antiguo Testamento

La Iglesia desde el principio aceptó como inspirados los libros del canon alejandrino, y lo definió en el Concilio de Hipona en 383 d.C., y lo confirmó en el Concilio de Trento en 1546. Hagamos un poco de historia.

Jesús cita la Escritura según la versión de los setenta. De las 37 veces que Jesús cita la Escritura, 33 corresponden al canon alejandrino. Más aún, en el Nuevo Testamento se encuentran 350 citas del Antiguo Testamento, de ellas 300 corresponden a las versiones griegas. El Nuevo Testamento hace aluciones a los dos libros de los Macabeos, a Judit, al Eclesiástico, a Tobías y al de la Sabiduría.

La Iglesia primitiva aceptó también la traducción de los Setenta. Los Padres Apostólicos y los Escritores antiguos citan, sin distinción, los libros proto y deuterocanónicos, en obras como, la Didajé (90-100) y la Epístola de Bernabé (93-97), también son citados por Clemente Romano (100), Ignacio de Antioquía (110), Policarpo (156), Pastor de Hermas (140-154), Justino (165), Irineo (202), Clemente de Alejandría (215), Tertuliano (225), Orígenes (254) y Cipriano (258).

Las dudas sobre los deuterocanónicos comenzaron en el siglo III. La causa u ocación fue que en las discusiones con los judíos, los cristianos utilizaban solo los libros protocanónicos, que eran los aceptados por el judaísmo.

Los Padres en quienes se notan estas dudas, y que sin embargo los utilizaron, son: Orígenes (254), Atanasio (373), Cirilo de Jerusalèn (383), Epifanio (403), Gregorio Nacianceno (389), Hilario (366), y Rufino (400). Otros Padres mantuvieron la inspiración de los deuterocanónicos, como Basilio (379), Ambrosio (396), Agustín (430), Crisóstomo (407), Cirilo de Alejandría (444), Teodoreto de Ciro (458), León Magno (461).

A partir del siglo VI, se volvió a la unanimidad en admitir como inspirados los libros deuterocanónicos, con sus salvedades, como Teodoro de Mopsuestia (528), Juan Damaseno (754), Gregorio Magno (604), Hugo de San Victor (1141) y Cayetano (1534).

El Magisterio de la Iglesia a partir del año 393, en los diferentes Concilios, regionales y ecuménicos, fue precisando la lista de los libros canónicos. Estos Concilios fueron: Hipona (393), Cártago (397 y 419), Constantinopla (692), Florentino (1441). Y el Concilio de Trento, solemnemente reunido el 8 de abril de 1546, definió dogmáticamente el canon de los libros sagrados, tal como la conocemos hoy.

Formación del canon del Nuevo Testamento

A fines del siglo I y a principios del siglo II, el número de libros de la colección variaba de una Iglesia a la otra. Ya las cartas de Pablo eran tenidas como Escrituras Santas (2 Pedro 3,15-16), por lo que se puede deducir que los demás escritos de los otros Apóstoles también eran considerados como inspirados.

Además de los escritos de origen apostólico, circulaban otros escritos. Unos pretendían instruir y alimentar la fe de los fieles, como la carta del Papa Clemente a los Corintios, las siete Cartas de San Ignacio de Antioquía, "El Pastor" de Hermas, la Didajé o la Epístola de Bernabé. Otros libros presentaban caracter herético, estos fueron echazados y recibieron el nombre de Apócrifos.

Hacia mediados del siglo II, a causa del surgimiento de las heregías de Marción y de Montano, fue urgente la determinación del canon bíblico. Marción negaba el origen divino del Antiguo Testamento y rechazaba partes del Nuevo. Montano quiso añadir sus propios escritos a la lista de libros inspirados.

Ireneo propone, como defensa, responder con una enseñanza de los Apóstoles que incluya los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, los dichos del Señor y las Cartas apostólicas de San Pablo.

Poco tiempo después Clemente de Alejandría incluye el Apocalipsis de San Juan y muestra reverencia por El Pastor de Hermas.

Un documento descubierto en 1740 en Milán por L.A. Muratori es el llamado Fragmento de Muratori (180-190), que se atribuye a Hipólito de Roma. Contiene la más antigua lista de escritos del Nuevo Testamento aceptados como inspirados. Aunque no hace mención de la Carta a los Hebreos, ni de la de Santiago, ni de las dos de Pedro y rechaza "El Pastor" de Hermas como inspirado, aunque recomienda su lectura.

Ya para los siglos III y IV hay una unanimidad en aceptar los 27 libros del Nuevo Testamento. Los diferentes Concilios, Hipona (393), Cártago (397 y 419), Constantinopla (692), Florentino (1441) reconocieron el canon de 27 libros.

Al llegar el Protestantismo, este quiso renovar antiguas dudas. Lutero rechazaba las Cartas a los Hebreos, Santiago y Judas y el Apocalipsis. Fue entonces que el magisterio de la Iglesia, en el Concilio de Trento definiera dogmáticamente la lista oficial de 27 libros que hoy conocemos.

Criterios para aceptar libros en el Canon Bíblico

El único criterio objetivo y adecuado para recibir los Libros Sagrados en el Canon es la revelación hecha por el Espíritu Santo a la Iglesia y que ha sido transmitida por la Tradición Apostólica.

Como criterios secundarios, en relación a los libros del Antiguo Testamento, es evidente que Jesús y los Apóstoles tuvieron un papel de primera importancia por el uso que hacían de ellos. En lo que toca a los libros del Nuevo Testamento, el haber sido escritos por los Apóstoles o por personajes de la generación apostólica fue el criterio principal, a este se añaden otros como el uso litúrgico antiguo y generalizado, y la ortodoxia en la doctrina.


Bibliografía:

Miranda, José Miguel. (1982). Lecciones Bíblicas. México: Ediciones Paulinas.

Carrillo Alday; Salvador. (1993). Introducción a la Biblia. México: Instituto de Sagrada Escritura.